Mariano Lorenzo Melgar Valdivieso nació el 10 de agosto de 1790 en Arequipa, hijo de don Juan de Dios Melgar Sanabria y de doña Andrea Valdivieso. Melgar fue el tercero de once hermanos. Desde temprana edad, a los 3 años ya sabía leer; a los 8 años hablaba latín y el talento para el estudio era una cualidad que sobresalía por sobre todas las cosas.

Su padre, Juan de Dios, conseguiría que el pequeño Mariano, antes de cumplir los siete años, sea aceptado en la capellanía de Arequipa, recibiendo la tonsura eclesiástica y, de cierto modo, empezar su carrera rumbo a Dios. Pero la capellanía le duraría pocos meses, pues luego le fue arrebatada y desde entonces Juan de Dios empezaría una pelea judicial de nunca terminar.

Cuando Melgar cumpliría los 17 años, sería aceptado en el prestigioso seminario de San Jerónimo, el cual empezaría su carrera al sacerdocio. Cabe resaltar que Melgar destacaría académicamente y pronto le darían la cátedra de Latinidad y Retórica y posteriormente el curso de Filosofía y Matemática.

No nació la mujer para querida, por esquiva, por falsa y por mudable.

Por aquellos años el joven Melgar ya componía versos de temática sentimental, sobre todo basados en el harawi incaico, puesto que su apego a los indígenas lo llevó a descubrir ese dolor apasionado que sería característica de su obra. Melgar conocería a la bella señorita Manuela Corrales, despertando un amor apasionado que lo va a ilusionar tanto que estaba dispuesto a dejar la carrera de sacerdocio para entregarse a los brazos de la mujer que hasta entonces creía amar. Melisa, como la bautizó el poeta, le sonreía; no le era indiferente. Sin embargo, el padre de ella, al enterarse de la comunicación que tenía con el poeta, le prohibió dejar de frecuentarlo y la apartó. Tan bruscamente como real, Melisa no tuvo más opción que alejarse y romper por vez primera el corazón del joven enamorado.

Silvia es mía y yo soy de ella.

Pero la decepción le duraría poco tiempo al joven enamorado, pues en una reunión familiar, conocería a la bella María de los Santos Corrales Salazar de trece años, prima paterna, que lo dejaría profundamente enamorado. Para suerte de él, la madre de la señorita, Manuela Salazar, sería su aliada, para que Mariano frecuente a su musa. Melgar viviría los mejores días de su vida, decidido a dejar el seminario por entregarse a los brazos de la que llamaría SILVIA.

Sin embargo, tras la muerte de Manuela Salazar, el padre de Silvia le pidió a Mariano que se aleje de ella, y Silvia empezaría a guardar distancia, que pronto sería su calvario. Mariano no entendía; escribiría sus yaravíes, entonaría su dolor, su desesperada situación por no poder estar con la mujer que amaba. Sin embargo, Silvia seguía con su desdén.

¿Por qué a verte volví, Silvia querida? Ay, triste, ¿para qué? Para trocarse mi dolor en más triste despedida.

Mariano dejará Arequipa y se marcha rumbo a Lima a estudiar leyes; sin embargo, el amor que sentía por la Musa del Misti lo haría regresar a medio camino. Llegaría a buscarla, pero ella se negó a atenderlo, un nuevo golpe para Mariano. Entonces Juan de Dios, su padre, le hablaría fuertemente y lo enviaría a Lima. Ya estando en Lima, Melgar conocería a don Toribio Rodríguez de Mendoza, entre otros próceres de la independencia de Perú; se llenaría de ideas libertarias, de amor a la patria y de apoyar la gesta emancipadora. Mariano estuvo cincuenta y dos días en Lima y pronto regresaría a su querida Arequipa. Buscaría a Silvia, pero ella estaba comprometida con el hijo del virrey; nos referimos a Manuel Amat y León.

Todo mi afecto puse en una ingrata y ella inconstante me llegó a olvidar.

Este duro golpe de Silvia para Mariano lo llevaría a la depresión, tanto que físicamente le daría fiebre. Su padre, Juan de Dios, lo mandaría a Majes, como quien cambia de aires. El joven poeta se marcharía y, una vez más, se alejaría de Silvia. Ya estando en Majes, Melgar conocería a los hermanos Pumacahua y formaría parte del ejército patriota, como auditor de guerra. Se irían a pelear a Cusco y posteriormente a Puno en las pampas de Humachiri. Los realistas españoles vencieron en esa batalla y tomaron muchos rehenes, incluyendo a Melgar. Al día siguiente de madrugada, Melgar contaría las horas. Fue llevado al paredón; un soldado español se acercó y le quiso poner una venda blanca para que no vea su muerte, a lo que Melgar contestó: "La venda, póngansela ustedes, que son los engañados". América en unos años será libre. Fuego, sonaron los proyectiles, Melgar cayóse al suelo sin vida antes que Arequipa vea la luz.