Entrevista a Julio Ramón Ribeyro por María Laura Hernández (1992)




J. R. R.: Mi padre era un hombre muy culto que había pasado gran parte de su juventud sin hacer otra cosa que leer. Desde que yo tenía dos o tres años, lo escuchaba leer desde El Quijote hasta traducciones directas del francés, o cuentos y capítulos de novelas de Flaubert y Balzac. Él nos inculcó a todos el gusto por la lectura y la literatura. Pero de todos mis hermanos, el único que realmente continuó por esa vía fui yo.

M. L. H.: ¿Qué edad tenías cuando escribiste tu primer cuento?

J. R. R.: Mi primer cuento creo que lo escribí cuando tenía 15 años, algo así. Todavía estaba en el colegio. Recuerdo que había numerosas muertes y terminaba en una especie de horrible melodrama.

M. L. H.: El desencanto y la frustración están presentes en casi todos tus personajes, ¿no?

J. R. R.: Quizás porque eso refleja un poco el tono de la sociedad peruana, donde existe una gran frustración y desencanto entre los personajes que he tenido ocasión de frecuentar. También debe ser influencia de lecturas y autores que han tenido mucha influencia sobre mí, como Flaubert, quien podría ser el ejemplo máximo de la teoría de la desilusión desde el punto de vista literario, o Kafka.

M. L. H.: ¿Cómo serían tus personajes en la Lima actual con el terrorismo, narcotráfico y todo eso?

J. R. R.: La Lima actual es para mí muy diferente y en muchos aspectos incomprensible. Si fuera más joven y viviera en Lima permanentemente, me vería atraído y motivado a escribir sobre las cosas más actuales como el terrorismo, narcotráfico, la corrupción y todos esos aspectos que marcan la sociedad peruana actual.

M. L. H.: ¿Por qué fuiste a París?

J. R. R.: Fui a París por circunstancias puramente azarosas. Me dieron una beca para estudiar en la Sorbona por un año y luego me quedé. Fue una cuestión de circunstancias que se encadenaron y finalmente uno se da cuenta de que las decisiones no las toma uno, sino que son las circunstancias las que obligan a tomarlas.

M. L. H.: En esos años, muchos escritores latinoamericanos vivían en París. ¿Tuviste contacto con alguno de ellos?

J. R. R.: Sí, vivían bastantes escritores. En esa época estaban Miguel Ángel Asturias, García Márquez, y al comienzo, Julio Cortázar. Con quien tuve más contacto fue con Julio Cortázar porque era un hombre muy afable, cordial, sencillo y accesible. A pesar del renombre que tenía, protegía e interesaba mucho por los más jóvenes.

M. L. H.: Además de "Prosas apátridas" y el cuarto tomo de "La palabra del mudo", ¿vas a publicar tu diario personal?

J. R. R.: Ese diario cubre los años 50-60 de mi vida, el tiempo que viví en París, Madrid, Amberes y Berlín. Es un período de mi estadía en Europa.

M. L. H.: Últimamente vienes muy seguido a Lima. Incluso te has comprado una casa. ¿Qué es lo que te gusta de Lima?

J. R. R.: Estoy muy ligado emocionalmente a Lima. Cuando uno está ligado afectivamente a una ciudad, el gusto o disgusto por ella es secundario.

M. L. H.: Has escrito tanto sobre el cigarro. ¿Ahora vuelves a fumar? ¿No le temes?

J. R. R.: Lo dejé durante cuatro o cinco años y luego comencé de nuevo, pero ya no con la misma intensidad que antes. Ahora fumo unos cuantos al día, en circunstancias como esta.

M. L. H.: De no haber sido escritor, ¿a qué te hubieras dedicado?

J. R. R.: Hay dos actividades artísticas que siempre me han interesado: la pintura y la música. De niño empecé a dibujar y me gustaba mucho la pintura. Después lo dejé, pero esporádicamente hago algunos dibujos en mis diarios, acompañando los textos.

M. L. H.: Aparentemente puedes ser una persona distante y muy seria.

J. R. R.: Es pura apariencia. Quienes me conocen mejor saben que soy completamente diferente. Puedo ser romántico, ¿por qué no? Un poco.

M. L. H.: Cuando vienes a Lima, procuras estar siempre muy cerca del mar.

J. R. R.: El mar no es solo un objeto de contemplación estética, algo que te serena y tranquiliza, sino que también es casi un ejemplo de conducta: la tenacidad, la monotonía, la repetición de los mismos gestos sin fatigarse nunca. Para un escritor, el mar es un modelo de conducta, llegar a ser como él: monótono pero variado al mismo tiempo, tenaz e infinito.

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