"No se puede no amar a Borges: en él todo pertenece a otro universo, a un mundo soñado", dice José Saramago, de 68 años.
Es sabido que el autor portugués y Premio Nobel de Literatura 1998 tiene una sólida fama de intelectual comprometido y nunca ocultó su simpatía por el comunismo. Y Jorge Luis Borges fue repudiado por la izquierda latinoamericana, con García Márquez a la cabeza, como autor desprovisto de preocupaciones sociales, alejado de la realidad, indiferente hacia los regímenes de izquierda y otras acusaciones por el estilo.
Sin embargo, Saramago evocará hoy a Borges en Bérgamo, en una jornada de estudios dedicada al escritor argentino.
Esta jornada, "Borges 1899-1999", se abrió ayer en la Universidad de Bérgamo, con la conferencia de Saramago, y concluyó a la tarde con una mesa redonda del Laboratorio Borges, dirigida por Fabio Rodríguez Amaya. El grupo de estudiosos que se ocupa de la edición de las obras por Adelphi anunció la publicación de "Otras inquisiciones", nuevo volumen de la colección.
En su charla, Saramago intentó demostrar la existencia de Herbert Quain, un autor irlandés imaginado por Borges en 1941, en su libro "Ficciones".
-¿Cómo puede usted amar a Borges hasta el punto de dedicarle el texto "Yo, en el laberinto de Borges", una creación literaria más intensa que cualquier homenaje crítico?
-Hay muchos ejemplos de autores desligados de la realidad. Pero él, Borges, era una persona real; e inventó realidades que a su vez se convirtieron en parte de nosotros mismos, de nuestros pensamientos. Si no fuera por esta inserción en lo real, no tendría motivos para ocuparme de él. Puedo ser comprometido, marxista, pero no soy ciego; y capto las sensaciones incluso de autores con los cuales, en cuanto a las ideas, no tengo nada que compartir.
-¿Hay algo en él que no le guste?
-Con Borges no tengo derecho a ser exigente, como lo soy en cambio con otros que no son coherentes con lo que dicen pensar. Borges jamás engañó a nadie.
-Usted es un antiguo lector de Borges: comenzó por amar a los escritores inexistentes de "Ficciones", desde Pierre Ménard hasta Herbert Quain que, en su texto, se convierte en la clave de un juego de espejos entre usted mismo, Borges y Pessoa. ¿Por qué los eligió justamente a ellos?
-También Pessoa, al igual que Borges, inventó todo; con la diferencia de que el segundo no tiene nada que ver con sus personajes, mientras que Pessoa no puede desprenderse de ellos porque los vive. Si Borges habla todo el tiempo del laberinto, Pessoa es el laberinto, aunque tal palabra no aparezca en sus libros.
-El triángulo de espejos nace en 1984 cuando usted escribió "El año de la muerte de Ricardo Reis", uno de los heterónimos a través de los cuales se comunicaba Pessoa. Su Reis lee "El dios del laberinto", novela ficticia atribuida por Borges a Herbert Quain en "Ficciones". ¿Por qué ahora quiere relacionarlos?
-Ricardo Reis nunca existió, Pessoa existió pero está muerto. Ahora también lo está Borges. Como ya no puedo hacer que se encuentren personalmente, hice que se encontraran en un texto. Todo muy borgiano.
-... y a la medida de un homenaje al autor argentino. Hacia el fin de su texto, usted escribe que "cuando heterónimos y seudónimos empiezan a vivir por cuenta propia, debemos esperar lo imposible". ¿Son tan lábiles los confines de la realidad?
-Para mí no existen. Cualquiera de nosotros puede inventarse un personaje y tratar de mantenerlo en pie. Pessoa, por su parte, hizo algo diferente fragmentándose en diversos actores y delegando en cada uno algo de sí mismo. Entre lo verdadero y lo falso no hay fronteras.
La Nación, 2000
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