Lima, abril 5 de 1881
Excelentísimo señor don Nicolás de Piérola.
Mi distinguido amigo:
Ninguna de mis anteriores ha merecido de usted un par de líneas acusándome recibo de estas. Si este silencio suyo nace de falta de tiempo para contestar las cartas de sus amigos, o si le he dado sin querer motivo de queja y debo, en consecuencia, suspender mis epístolas, tales son las dudas con que brego. Ello usted dirá.
Me honró usted con el cargo de subdirector de la biblioteca, y cúmpleme en darle cuenta de lo que he hecho para impedir que se llevase a cabo el saqueo de tan importante establecimiento. Desde fines de febrero corrió el rumor de que los chilenos pensaban trasportar a Santiago la biblioteca, y el Archivo Nacional. Me dirigí al alcalde Torrico, y este caballero me contestó que no encontraba la manera de impedir el atentado. Toqué con el ministro francés, éste dio algunos pasos cerca de las autoridades chilenas y, al cabo, me dijo que sus esfuerzos habían sido estériles.
El coronel Lagos se constituyó un día en la biblioteca, pidió a Odriozola las llaves, y desde ese día se principió a encajonar libros, tarea que hasta hoy continúa. Más de la tercera parte de las obras están ya fuera del establecimiento.
Me entendí con el ministro norteamericano y conseguí que admitiera la protesta que en copia acompaño. Odriozola no tuvo inconveniente para firmarla.
Quise que igual protesta formulara el señor Bravo, director del Archivo Nacional, pero Bravo se negó, alegando que tal conducta lo indispondría con García Calderón, a quien aceptaba él como gobierno y en cuyo conocimiento había ya puesto el saqueo del archivo.
Don Sebastián Lorente convino conmigo en protestar también ante el ministro americano por las expoliaciones de la universidad, y entiendo que ha cumplido su promesa.
Si lo creyese usted conveniente puede hacer publicar la protesta en el Boletín de Junín.
Aquí hemos procurado fundar un periodiquito con el fin de refutar las inepcias del Orden, pero las autoridades chilenas se han negado tenazmente a conceder licencia. Nuestros enemigos campean, pues, sin oposición en la prensa.
En las actas de adherencia a la farsa calderonista han tenido el cinismo de suplantar algunas firmas.
Algunos de los calumniados han deseado protestar; pero no lo han hecho por falta de órgano. Mi nombre, por ejemplo, apareció en una de las actas de Lima, llevé a la imprenta del Orden una protesta y los redactores se negaron a publicarla. Entonces hablé con un señor Vicuña, redactor del diario chileno La Actualidad, y éste la dio a luz. Supongo la haya usted leído. Al día siguiente, el clérigo Gonzales La-Rosa, me contestó en el Orden un artículo escrito en tonto.
En nuestro pobre país se ha perdido no sólo el sentimiento del deber sino hasta la vergüenza. La policía secreta de los chilenos está servida por hombres y mujeres peruanos. “Parece imposible (escribe Cornelio Saavedra) la degradación de este pueblo, frailes, oficiales, jefes, y hasta mujeres vestidas iban a denunciarme los depósitos de armas, por el mezquino interés de la gratificación pecuniaria. De buena gana habría fusilado a tanta gente infame. Al fin, Baquedano y yo declaramos que no queríamos más rifles y cerramos nuestras puertas a los denunciantes”. Estas líneas (fragmento de una carta publicada en Chile) hacen enrojecer el rostro de todo buen peruano; porque, desgraciadamente, son verdaderas las afirmaciones.
Hombres que por gratitud, ya que no por patriotismo, estaban obligados a ser leales para usted son hoy los más ruines cortesanos de García Calderón. Hasta consejeros de estado, Benavides y Loayza, por ejemplo, son patrocinadores de la farsa. Aquí no hay carácter ni energía en los hombres, y diariamente palpo transacciones que creía imposibles. Mejor que a Génova es aplicable a Lima aquel proverbio: Hombres sin fe, mujeres sin vergüenza.
Don Nicanor Gonzales va de prefecto a Huaraz. ¿Era esto creíble? Huaraz, por el momento, se adherirá a Calderón, pues Gonzales es prestigioso en esos pueblos.
Rufino Torrico, después de firmar la enérgica nota que usted conocerá ya, salió haciendo lo que llamamos los criollos carrera de caballo, parada de borrico. ¡Guapo señor Torrico! Todo estaba combinado para que la farsa calderoniana recibiera el golpe de gracia, cayendo en medio de la rechifla popular y sin quemarse un grano de pólvora. Pero don Rufino y don Francisco se entendieron y la argolla salvó del conflicto.
Hasta César Canevaro se ha ligado a los farsantes, y para disculparse alega que ha sido desdeñado por usted.
Yo tengo íntima fe en que el pecador gobierno de la Magdalena desaparecerá muy pronto, sea porque los chilenos lo derrumben a puntapiés, sea porque la fuerza de los acontecimientos lo traiga a usted a Lima. Tengo también fe que esta vez tendrá la energía que no quiso desplegar antes para reducir a la impotencia a los hombres de la argolla. Por Dios, señor don Nicolás. ¡Que no vuelva a ser letra muerta el artículo 89 del estatuto! Fue usted generoso hasta la debilidad, sembró bienes y ha cosechado horribles desengaños. Sea usted, pues, en adelante justiciero hasta el rigorismo, rompiendo los anillos de esa serpiente que se llama argolla. El cuerpo social está amenazado de gangrena: quizá una buena sangría alcance aún a salvarlo. Si llegase a ser preciso ni aun a sus amigos nos liberte usted del varapalo. Que contenga a todos el temor de la pena, y si ni aun así alcanzara usted a regenerar el país, quédele horra la conciencia, pues habrá usted puesto de su parte todos los medios. ¿No lo amaron a usted los argollistas, misericordioso para con ellos?
Pues bien, amigo mío, que lo teman al menos. No cure usted al enfermo con agua de malvas sino con un tratamiento enérgico.
Tome usted el acápite que precede no como consejo sino como charla de in diebus illis, en que me era lícito platicar con usted mano a mano. Soy muy pobre diablo para echarme a dar a usted consejos que no me ha pedido. Hechas estas salvedades, prosigo charlando.
Quería también verlo a usted inflexible con los cobardes que lo abandonaron tan ruinmente en el campo de batalla. Todo jefe debe depurar su conducta ante un tribunal ad hoc, que juzgue y sentencie en brevísimo plazo.
Hoy por hoy, hallo muy conveniente que aparezca usted con la mansedumbre del cordero; hoy nada de severidad y halagar a todos; hoy no está usted en condiciones para revestir la piel del león.
Cuando en enero de 1880 se promulgó el estatuto, decían temblando los argollistas: “¡Este hombre es un tigrecito”. Y pocos meses después decían riéndose: “No tiene garras el tigrecito: se las hemos cortado”.
Y, perdóneme usted la confianza, decían la verdad. Salve usted, señor, a la patria y salve su causa y la de sus amigos, no dando campo para que repitan lo mismo después que haya usted alcanzado a debelar la anarquía actual.
Y pues estoy en vena maquiavélica para hacinar no sé si disparates o planes de gobierno, ahí va otra idea que usted sabrá apreciar en lo que ella valga.
En un país tan escaso de hombres como el nuestro, es ruda tarea buscar y encontrar siete entidades para ministros o secretarios. Diógenes, con su candil, anduvo buscando un hombre y perdió su tiempo. Tengo para mí que a usted habría de bastar y aun de sobrar con un ministro o secretario general que fuese su alter ego en energía, laboriosidad y aptitudes. Ni Calderón, representación encarnada de los siete vicios y de ninguna virtud; ni Echegaray, a quien se le aparecía fray Martín de Porras y que cree en brujas y duendes; ni el infantil purista Panizo, profesor de todo y aprendiz de nada; ni Orbegozo con su caballeresca pantorrilla; ni el antidiluviano Villar, eran los colaboradores que usted necesitaba. Recuerde usted esta sentencia: “Dictadura dura, dura”. Y yo, francamente, no concibo dictadura con las cinco inútiles ruedas que acabo de apuntarle. Nada digo de Iglesias y Barinaga; porque concedo a los dos excelentes cualidades, sin creer por eso que eran los llamados a secundar con tino el impulso que usted daba a la máquina.
Aleccionado usted con el pasado, supóngalo convencido de que con siete secretarios no puede marchar el carro. Y basta por hoy sobre este tema.
Capítulo de otra cosa. García Calderón ha tenido en la última semana disentería de decretos, que han contribuido en mucho a acrecentar la impopularidad de su gobierno. Los chilenos mismos se burlan de ese presidente provisorio que no puede ceñirse en Lima la banda bicolor, ni disponer de un alguacil y cuya jurisdicción no pasa del villorrio de la Magdalena, único punto en donde le toleran que pueda enarbolar pabellón. La Actualidad, periódico chileno, no desperdicia oportunidad de mofarse de esos bellacos que creen o fingen creer que son gobierno, y gobierno serio.
Entretanto, hasta el 19 de abril sólo habían recibido los chilenos 174,000 soles plata, a cuenta de los 200,000 ofrecidos, y es imposible que para el 15 se logre completar los 800,000 restantes para el pago del millón de contribución.
Ha empezado a perderse el miedo de que los chilenos se echen a destruir fincas después del día 15, y he aquí que esa confianza redunda en daño del Magdaleno. Si Altamirano o su compañero no están de regreso en Lima para antes del 15, sospecho que Lagos despedirá con viento fresco a Calderón.
Entre los politicones de Chile empieza a tornar cuerpo el pensamiento de una gran confederación de cuatro repúblicas: Perú, Chile, Bolivia, y Ecuador. Yo llamo a eso pensamiento música de organito callejero; y no creo que haya hombres de valer que se ocupen seriamente de eso.
Ni los mismos civilistas creen en la posibilidad de que para el 15 de mayo se reúna en Chorrillos, el soi-disant congreso convocado por el Magdaleno. En materia de fecha ha querido don Francisco ganarle a usted la mano. Y a propósito. Mis amigos del departamento de Loreto (al que representé en el senado desde 1868 hasta 1873) quieren exhibir mi candidatura por una de las provincias. Yo, que no quiero exponerme a derrotas, les he contestado que necesito saber antes si puedo contar con el decidido apoyo de usted. Está usted pues notificado. Si le conviene que ocupe yo un asiento en la constituyente, haga las prevenciones o recomendaciones del caso a los amigos Arévalo.
Largo he plumeado esta noche y, ya es hora de poner punto. Para cháchara basta y sobra.
Le estrecha muy afectuosamente la mano.
Su amigo.
Ricardo Palma
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