El escritor de tristezas



"Hombre descarriado por la soledad
y náufrago de sí mismo, tímido y 
genial al mismo tiempo, Julio Ramón 
Ribeyro vivió y escribió con el temor 
a la obra perfecta, a la obra acabada".

Al caminar por el bulevar Saint-Michel de París, el escritor Julio Ramón Ribeyro se daba cuenta de que su andar no solo determinaba la marcha de las personas que venían inmediatamente hacia él, obligándolas a esquivarlo, sino también la de aquellos que se encontraban a cinco, diez o cien manzanas más lejos. Bastaba con que modificara su paso o se detuviera ante un escaparate para que toda la circulación de peatones sufriera una modificación aparentemente ínfima pero cuyas repercusiones eran literalmente infinitas. Un movimiento de aceleración o de retraso podía provocar que, a cinco manzanas de allí, un peatón perdiera una luz verde y tuviera que esperar el paso de los automóviles o, peor aún, fuera atropellado por un coche. Pero también se dio cuenta de que, a su vez, su andar estaba determinado por el de las personas con las que se cruzaba o tropezaba, y comprendió que, en realidad, si bien en parte dirigía, también era dirigido.

El día en que constató todo esto, Ribeyro llegó a su casa preguntándose quién era, en suma, el que determinaba este complejo sistema de movimientos en una ciudad: "¿Aquel que madruga y fue el primero en poner los pies fuera de su casa?". Anotó la pregunta en su magistral diario personal ("La tentación del fracaso", recién publicado por Seix Barral). Ya había registrado muchas más preguntas antes. Escribía su diario, entre otras cosas, porque le preocupaba el problema de su propia identidad, el de reconocerse en el tiempo siempre como la misma persona. Ribeyro trataba de salvar su identidad con el diario, "salvarla de los avatares de una vida morosa, dispersa y vagabunda.

Para ser más explícito, yo me niego a reconocer como mi persona al señor que llevaba mi nombre y que vivió un año en Amberes o al que años más tarde vivió en Berlín, en una pensión siniestra. Me parece que eran otras personas, unos usurpadores de mi apariencia". Vivió en Amberes, Berlín, Madrid, Hamburgo, Múnich, sobre todo en París, y luego regresó a Lima, de donde había salido. Conoció muchos días de lluvia, muchos días extraños. Había días en que la gente lo miraba. "Como no soy guapo, debo ser horriblemente feo". Lo realmente extraño es que anotara esto en su diario, precisamente él, que se pasaba la mitad de su vida (tal como ha contado Santiago Gamboa) sentado en las terrazas, en especial cuando estaba en París, observando a la gente, a la que luego trasladaba en cuerpo y alma a sus extraordinarios cuentos sobre personajes desdichados, sin energía, individualistas y marginados: solitarios hallados en los bulevares periféricos de la vida.

Náufrago de sí mismo y escritor de tristezas, vivió y escribió con el temor a la obra perfecta, a la obra acabada. Y de este desasosiego artístico es testigo el magistral diario que ahora se publica: diario de fatigas de esa figura frágil y, al mismo tiempo, poderosa de los bulevares que fue Ribeyro, un escritor que se valía con eficacia de una prosa capaz, por sí sola, de mirar con quietud desde la terraza de un café, pero también de modificar el ritmo del mundo. Ribeyro, tímido y genial al mismo tiempo, y hombre descarriado —como él mismo decía— por la soledad y por la desolación cotidiana de sentarse frente a su máquina de escribir tristezas.

Por: Enrique Vila-Matas - "La frontera propia" (13-11-2003).

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