Bien voluntarioso es el sol
En los arenales de Chicama.
Anuda, pues, las cuatro puntas del pañuelo sobre tu cabeza
Y anda tras la lagartija inútil
Entre esos árboles ya muertos por la sollama.
De delicadezas, la del sol la más cruel
Que consume árboles y lagartijas respetando su cáscara.
Fija en tu memoria esa enseñanza del paisaje,
Y esta otra:
De cuando acercaste al árbol reseco un fosforito trivial
Y ardió demasiado súbito y desmedido
Como si fuera de pólvora.
No te culpes, quien iba a calcular tamaño estropicio!
Y acepta: el fuego ya estaba allí,
Tenso y contenido bajo la corteza,
Esperando tu gesto trivial, tu mataperrada.
Recuerda, pues, ese repentino estrago (su intraducible belleza)
Sin arrepentimientos
Porque fuiste tú, pero tampoco.
Así
En todo.