Cinco poemas de Gustavo Adolfo Bécquer - Amantes de la literatura

Lo Nuevo

2.5.23

Cinco poemas de Gustavo Adolfo Bécquer





XI

-Yo soy ardiente, yo soy morena,

Yo soy el símbolo de la pasión;

De ansia de goces mi alma está llena;

¿a mí me buscas? -No es a ti, no.

-Mi frente es pálida; mis trenzas, de oro;

Puedo brindarte dichas sin fin;

Yo de ternura guardo un tesoro;

¿a mí me llamas? -No, no es a ti.

-Yo soy un sueño, un imposible,

Vano fantasma de niebla y luz;

Soy incorpórea, soy intangible;

No puedo amarte. -¡Oh, ven; ven tú!


XVII

Hoy la tierra y los cielos me sonríen;

Hoy llega al fondo de mi alma el sol;

Hoy la he visto…, la he visto y me ha mirado…

¡Hoy creo en Dios!


VIII

Cuando miro el azul horizonte

Perderse a lo lejos,

Al través de una gasa de polvo

Dorado e inquieto,

Me parece posible arrancarme

Del mísero suelo

Y flotar con la niebla dorada

En átomos leves

Cual ella deshecho.

Cuando miro de noche en el fondo

Oscuro del cielo

Las estrellas temblar como ardientes

Pupilas de fuego,

Me parece posible a do brillan

Subir en un vuelo

Y anegarme en su luz, y con ellas

En lumbre encendido

Fundirme en un beso.

En el mar de la duda en que bogo

Ni aun sé lo que creo;

Sin embargo estas ansias me dicen

Que yo llevo algo

Divino aquí dentro.


LXVII

¡Qué hermoso es ver el día

Coronado de fuego levantarse

Y a su beso de lumbre

Brillar las olas y encenderse el aire!

¡Qué hermoso es, tras la lluvia

Del triste otoño en la azulada tarde,

De las húmedas flores

El perfume aspirar hasta saciarse!

¡Qué hermoso es cuando en copos

La blanca nieve silenciosa cae,

De las inquietas llamas

Ver las rojizas lenguas agitarse!

¡Qué hermoso es cuando hay sueño

Dormir bien… y roncar como un sochantre…

Y comer… y engordar… y qué desgracia

Que esto sólo no baste!


VII

Del salón en el ángulo oscuro,

De su dueño tal vez olvidada,

Silenciosa y cubierta de polvo

Veíase el arpa.

¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,

Como el pájaro duerme en las ramas,

Esperando la mano de nieve

Que sabe arrancarlas!

¡Ay! -pensé-. ¡Cuántas veces el genio

Así duerme en el fondo del alma,

Y una voz, como Lázaro, espera

Que le diga: «Levántate y anda!»

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