En la ciudad de Piura, don Juan Francisco de los Ríos y Zúñiga es propietario de la fábrica de jabones “La Tina”. La hermosa hija de don Francisco, María Luz, llega a la hacienda de su padre procedente de la ciudad de Lima, en forma inesperada. Se queda en la hacienda y, como sirvienta, le ponen a una vieja esclava, Casilda, para que la atienda.
María Luz se siente fastidiada y deprimida por el ambiente que respira y por las costumbres de las personas del lugar. Una mañana, José Manuel “Matalaché” saludó a la señorita María Luz, quien se encontraba en el balcón de su recámara. Ella se interesa por José Manuel y empieza a investigar sobre su persona y su oficio de “padrillo”.
Una mañana, la hija de don Francisco recorre la fábrica de jabones y cueros en compañía de Matalaché y de la esclava Casilda. Al terminar el paseo, descubre inesperadamente la “alcoba” de la reproducción. En medio de la inmensa soledad, le viene al recuerdo la imagen del negro mulato. Esto se va tornando una terrible obsesión que le devora el alma a la dulce María Luz.
Ocurre lo inesperado: María Luz termina por enamorarse perdidamente de Matalaché; este también se enamora de ella. La muchacha enloquecida de amor le confiesa en secreto a su esclava Casilda que está enamorada de José Manuel y le suplica que le prepare una cita amorosa. María Luz, haciéndose pasar por Rita, cita a Matalaché en la habitación de la esclava y él no se da cuenta de la suplantación porque la habitación está oscura.
El mulato no desea poseerla sexualmente, sino que más bien le confiesa que ama a otra. María Luz, al escuchar esto, se emociona y revela su propia identidad. Matalaché, al enterarse de que es María Luz, se siente el hombre más feliz de la tierra. Ambos se juntan en cuerpo y alma porque se aman verdaderamente. María Luz, al enterarse de que está embarazada, intenta abortar, pero al no lograrlo, intenta suicidarse. Toma sustancias de hierbas venenosas.
Don Juan Francisco de los Ríos y Zúñiga, al enterarse de lo sucedido, se venga de José Manuel, quien es lanzado a una tina hirviente por dos fornidos esclavos. Poco después se cerró la fábrica “La Tina” y se puso en la puerta un letrero que decía: “Se traspasa; en San Francisco darán razón”.
Texto corregido por Robert López
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